“Su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle. Al ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María y postrándose lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: Oro, incienso y mirra” (San Mateo 2:2b, 10,11)
Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios[a] del Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas, 2 y preguntaron:
--¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y hemos venido a adorarlo.
3 El rey Herodes se inquietó mucho al oir esto, y lo mismo les pasó a todos los habitantes de Jerusalén. 4 Mandó el rey llamar a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Mesías. 5 Ellos le dijeron: --En Belén de Judea; porque así lo escribió el profeta:
6 'En cuanto a ti, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña
entre las principales ciudades de esa tierra; porque de ti saldrá un gobernante
que guiará a mi pueblo Israel.'
7 Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios, y se informó por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la estrella. 8 Luego los mandó a Belén, y les dijo: --Vayan allá, y averiguen todo lo que puedan acerca de ese niño; y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a rendirle homenaje.
9 Con estas indicaciones del rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. 10 Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. 11 Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. 12 Después, advertidos en sueños de que no debían volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
MEDITACIÓN
¿Cuantas personas cuando quieren ver un ser querido, no dejan sus comodidades y emprenden un largo viaje para salir a su encuentro?. En la narración bíblica de hoy vemos a estos hombres que provenían de tierras lejanas. La Escritura nos da pocos datos acerca de estos notables personajes. Los llama “magos” que venían del oriente.
Mucho se ha especulado acerca de estas personas venidas de lejanas tierras, para justificar aspectos y prácticas de la magia que son condenadas incluso por la Escritura misma cuando dice: “no sea hallado en ti quien... practique adivinación, ni agorero, ni quien eche las suertes, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos, porque es abominación al Señor cualquiera que hace estas cosas” (Deuteronomio 18: 10, 12). Este sentido malo del que nos habla la Escritura lo vemos en el Nuevo Testamento también el Simón el mago (Hechos 8, 9 ss) y Barjesús (Elimas) (Hechos 13, 6). Esta parte nos muestra a aquellos que viven de espaldas a Dios y quieren vivir según sus propósitos egoístas. Según los diccionarios, la palabra griega “magos” significaba entre los medos y los persas a la casta de sacerdotes y maestros con experiencia y sabiduría, Preferimos la connotación positiva o buen sentido de ser llamado mago que da la Biblia como el estudioso, lo que sería en el día de hoy un astrónomo o estudioso de las estrellas, el sabio y prudente, el temeroso de Dios, como el caso de Daniel que es llamado el jefe de los magos (Daniel 5:11). La actitud y los hechos de los magos venidos de oriente, como veremos están más bien dentro de esta línea.
Estos hombres dejaron sus tierras y comodidades siguiendo la estrella. Aunque se equivocaron al llegar, pues fueron a buscarlo al centro de poder de la época (el Rey Herodes), sus visiones, no le revelaron que era una persona “del pueblo”, que aunque era REY, su Reino nos se conformaba según los proyectos políticos de este mundo. Nos dice la Escritura que cuando vieron al niño con su madre, lo adoraron. Ver al Mesías es algo que no se puede expresar con palabras, por eso lo adoran. Ellos tienen un gozo muy grande y podían exclamar como el anciano Símeón: “Mis ojos vieron tu salvación” (Lc 2:30), se cumplió en ellos esa palabra de Isaías: “Tus ojos verán al Rey en su hermosura” (33:17). Tuvieron la experiencia de Abraham, de la cual habló Jesús cuando se dirigió a los judíos diciendo: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó”. (San Juan 8:56). Tienen al Salvador delante de sus ojos por eso postrados lo adoran. Aunque es un niño de pecho, de apariencia igual a tantos, dependiente de los cuidados de su madre, tiene la hermosura del Rey y Salvador tal como lo expresa el apóstol Juan: “Vimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre” (San Juan 1:14).
Los magos dieron dos demostraciones de su vigorosa fe en el Señor. En primer lugar, se postraron delante de un niñito que a los ojos del mundo y delante del foro de la razón humana era algo insignificante, y en nada justificaba las esperanzas y las expectativas que los trajeron de tan lejanas tierras a un lugar tan modesto y ¡adoraron a Jesús!. Pero en eso consiste la fe: apegarse a la promesa divina, confiar en las promesas de un Dios misericordioso contra todo y cualquier argumento de su propia razón. En segundo lugar casi de inmediato, después de momentos de profunda adoración, viene la respuesta de un corazón agradecido, los magos abren sus cajas protegidas de manera conveniente durante el viaje, para ofrendar al niño lo mejor que había en sus tierras: Oro, incienso y mirra.
“Oro para el Rey, incienso a Dios y mirra al que debía morir”, como lo cita Teofilacto (eminente exegeta del siglo XI), prefigurando así el triple oficio de Cristo de Rey, sacerdote – mediador y profeta. El Rey Siervo- sufriente, que muere por nosotros para declararnos justos delante de Dios. En esto se resume la Salvación de Dios en Cristo Jesús.
En este tiempo de Epifanía continuamos meditando lo que Dios hizo por nosotros en Cristo y podemos meditar en la vida de estos hombres de oriente que se desprendieron de todo, adoraron y ofrendaron lo mejor de sí, sus vidas a Dios.
Bondadoso Dios, al meditar en la Escritura, nuestro corazón se conmueve ante la grandeza de tu amor por nosotros al venir tu Hijo a nacer en el pesebre. Que nuestra vida al igual que los magos de oriente sea de adoración y consagración a ti y a tu servicio. Que nuestra ofrenda de adoración sea de gratitud, lo mejor, como la viuda que dio todo lo que tenía y que sea acompañada por el ejemplo de seguimiento y búsqueda de los magos, por el oro de la fe, por el incienso de la oración y por la mirra del arrepentimiento. Amén
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